viernes, 17 de mayo de 2013

Vivo justo encima de un baño

«Vivo justo encima de unos baños. Imagínate todas las clases de gritos que pueden desesperar los oídos: cuando los más atléticos se entrenan levantando pesas de plomo, cuando hacen esfuerzos, o, al menos, fingen hacerlos, oigo sus gemidos en el momento en que sueltan el aliento retenido, y oigo sus bufidos y su respiración entrecortada; cuando se trata de un bañista pasivo, que se contenta con un masaje corriente, oigo el ruido de la mano golpeando sobre sus hombros que  suena diferente según si da con la palma abierta o con el hueco. Y si llega un jugador de pelota y empieza a contar los puntos que consigue ya es el colmo. Añádeles el que es un pendenciero, y  el ladrón cogido con las manos en la masa y a uno a quien le gusta oír su propia voz en el baño: súmales los que saltan a la piscina con gran estruendo de agua removida. Además de éstos, cuyas voces son, al menos, naturales, imagina ahora al depilador que de vez en cuando grita con fina y estridente voz, para hacerse notar por los posibles clientes, y que no calla a menos que esté arrancando pelos de las axilas a otros y le haga gritar en su lugar: finalmente los variados gritos del vendedor de bebidas, de los salchicheros, pasteleros, y de todos los mozos de taberna que venden su mercancía cada uno con su propia entonación distintiva.»

SÉNECA, Cartas, 56, 1-2.

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